martes, octubre 11, 2005

Paradójica calidéz

Siempre me han gustado los días lluviosos, siempre he disfrutado la lluvia en cada una de sus gotas y si ellas se estrellan en el parabrisas creo que lo disfruto aún más. Aún mantengo en mi mente la idea de que debo de tener algún día, en algún lugar un ventanal grande, un escaparate lo suficientemente amplio como para ver un panorama lluvioso, disfrutar desde que se nubla hasta que oscurece y llueve. Creo que son de las ventajas que yo le encuentro a un quemacocos mas que usarlo solo en días soleados. La lluvia, su olor, su escencia, su procedencia, la cantidad de agua, la energía que transmite...y los recuerdos.
Cuando era un niño, no más de 4 años, tal vez 3 empecé a querer a la lluvia, le encontré gusto y grabé en mi menté su porqué sin necesariamente haber estado bajo ella, es más sin nisiquiera haberla visto directamente. Era en días lluviosos cuando casualmente pasaban los programas más divertidos de televisión por la noche y que mi mamá nos hacía tortillas de harina, cajeta, mermelada, de sal y de azúcar. Esa relación que pudiera resultar absurda para mi es en verdad especial, fríamente lo podemos ver como el perro de pavlov relacionando una cosa con otra aunque no tengan que ver, pero creo que eso es lo que constituye parte de nuestros recuerdos, un recuerdo glotón, divertido y paradójicamente muy cálido. Atado a este viene de la mano el hecho de que por esos días mi padre viajaba mucho, no lo veíamos en todo el día, aunque no recuerdo muy bien si viajaba varios días ó su trabajo quedaba muy lejos, no lo investigaré porque el recuerdo vá más ligado a que una vez ya acostados y casi dormidos, se escuchaba casi en sueños una llave que abría la puerta de la casa seguida por un grito de júbilo y alerta "¡niños!, ¡vengan a recibir a su papá!". Como si uno tuviera resortes integrados, brincábamos mi hermana y yo para recibir a mi papá, creo que la competencia era el hecho de ganar un espacio entre sus brazos y quedar cerca de su cara para recibir el primer beso, el primer abrazo y aquella sensación que en mí quedó siempre bien presente a traves del olor, ese olor a lluvia, a humedad, a frescura y a la calidez que aún viene a mí cuando llueve, cuando huele a lluvia, cuando escucho los coches por la calle, cuando se estrella en mi parabrisas cada una de las gotas que la conforman, cuando sé que llueve. Cuando con paradójica calidéz recuerdo mi infancia.